Noche de
tormenta. Noche trágica o liberadora. En ocasiones no sabemos leer los
acontecimientos de la naturaleza.
Lo encontraron
dos días después, atrapado entre unos matorrales en el cauce del rio. Con una
importante brecha en la cabeza y la mirada culpable, sin ápice de miedo, del
que sabe que la muerte solo es el lógico devenir de los acontecimientos. Al
final, no hubo más agonía que la de apurar la botella de vino a solas, junto a
la chimenea apagada de esa casa que nunca fue un hogar.
Sebastián se
enamoró de Virginia siendo apenas un chaval y nunca pensó que ella terminase
accediendo a casarse con él. Su satisfacción y la belleza de ella, le llevaron
a pensar que la quería de verdad pero el amor es otra cosa y se traduce en
otros hechos. Cacerías interminables, borracheras y algún que otro desliz
infiel. Nada diferente a lo que pudiese hacer cualquiera de sus convecinos pero
Virginia no era cualquiera de sus esposas. Ella siempre parecía tener guardado
algo detrás de esa mirada profunda, de la que Sebastián nunca se sintió merecedor.
Siempre dulce y solícita. Buena ama de casa y ningún reproche. Esposa perfecta
salvo por los cuatro años que tardo en concebir al pequeño Cesar. Con la única
peculiaridad de esa afición que tenía por hacer objetos de cuero que vendía de
cuando en cuando en algún mercado. Con eso podía seguir comprando la materia
prima a un curtidor que visitaba cada cierto tiempo el pueblo. Nada que a
Sebastián le molestase.
Pero aquella
tarde, cuando él regresó a casa no estaban ni ella ni Cesar. Sebastián casi ni
se inmutó. Tal vez porque lo esperara, o quizá porque lo mereciese. El caso es
que llenó la botella de vino y se sentó a vaciarla. Pensó en que no había hecho
nunca nada para que ella se mantuviese a su lado, pero no consiguió encontrar
tampoco ninguna razón para que se marchase. El no era diferente de ninguno de
sus vecinos y a ellos no los habían abandonado. “Maldita tormenta. Ojalá se lo
llevase todo por delante.”
Durante años se
habló en el pueblo al calor de las cocinas de la tragedia de esa familia y de
cómo la riada se los llevó. Solo apareció él, atrapado entre unos matorrales en
el cauce del río. De Virginia y del pequeño Cesar no se volvió a saber nada. Y
cada noche de tormenta, en las casas se recordaba a esa madre abrazada a su
hijo luchando contra la corriente sin que tuviesen ninguna oportunidad de
sobrevivir.
Eran recuerdos.
La realidad es que lejos de allí, Cesar había crecido junto a su padre, el
único hombre que supo estar junto a Virginia en los momentos más amargos de su
vida, tras la muerte de sus padres y durante su desgraciada estancia en casa de
su tía. Él fue quien acompañó la decisión de casarse con Sebastián y finalmente
quién la sacó de aquella existencia sin sentido. Ahora César aprende el oficio
de curtidor bajo la cariñosa mirada de su madre, quién después de muchos años
puede sonreír sin tener que buscar una razón para hacerlo.