miércoles, 25 de septiembre de 2013

Noche de Tormenta



Noche de tormenta. Noche trágica o liberadora. En ocasiones no sabemos leer los acontecimientos de la naturaleza.
Lo encontraron dos días después, atrapado entre unos matorrales en el cauce del rio. Con una importante brecha en la cabeza y la mirada culpable, sin ápice de miedo, del que sabe que la muerte solo es el lógico devenir de los acontecimientos. Al final, no hubo más agonía que la de apurar la botella de vino a solas, junto a la chimenea apagada de esa casa que nunca fue un hogar.
Sebastián se enamoró de Virginia siendo apenas un chaval y nunca pensó que ella terminase accediendo a casarse con él. Su satisfacción y la belleza de ella, le llevaron a pensar que la quería de verdad pero el amor es otra cosa y se traduce en otros hechos. Cacerías interminables, borracheras y algún que otro desliz infiel. Nada diferente a lo que pudiese hacer cualquiera de sus convecinos pero Virginia no era cualquiera de sus esposas. Ella siempre parecía tener guardado algo detrás de esa mirada profunda, de la que Sebastián nunca se sintió merecedor. Siempre dulce y solícita. Buena ama de casa y ningún reproche. Esposa perfecta salvo por los cuatro años que tardo en concebir al pequeño Cesar. Con la única peculiaridad de esa afición que tenía por hacer objetos de cuero que vendía de cuando en cuando en algún mercado. Con eso podía seguir comprando la materia prima a un curtidor que visitaba cada cierto tiempo el pueblo. Nada que a Sebastián le molestase.
Pero aquella tarde, cuando él regresó a casa no estaban ni ella ni Cesar. Sebastián casi ni se inmutó. Tal vez porque lo esperara, o quizá porque lo mereciese. El caso es que llenó la botella de vino y se sentó a vaciarla. Pensó en que no había hecho nunca nada para que ella se mantuviese a su lado, pero no consiguió encontrar tampoco ninguna razón para que se marchase. El no era diferente de ninguno de sus vecinos y a ellos no los habían abandonado. “Maldita tormenta. Ojalá se lo llevase todo por delante.”
Durante años se habló en el pueblo al calor de las cocinas de la tragedia de esa familia y de cómo la riada se los llevó. Solo apareció él, atrapado entre unos matorrales en el cauce del río. De Virginia y del pequeño Cesar no se volvió a saber nada. Y cada noche de tormenta, en las casas se recordaba a esa madre abrazada a su hijo luchando contra la corriente sin que tuviesen ninguna oportunidad de sobrevivir.
Eran recuerdos. La realidad es que lejos de allí, Cesar había crecido junto a su padre, el único hombre que supo estar junto a Virginia en los momentos más amargos de su vida, tras la muerte de sus padres y durante su desgraciada estancia en casa de su tía. Él fue quien acompañó la decisión de casarse con Sebastián y finalmente quién la sacó de aquella existencia sin sentido. Ahora César aprende el oficio de curtidor bajo la cariñosa mirada de su madre, quién después de muchos años puede sonreír sin tener que buscar una razón para hacerlo.

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